jueves, 31 de octubre de 2013

Fastfood Nation


El precariado norteamericano va a la huelga

Celeste Murillo y Juan Andrés Gallardo

Publicado en Ideas de Izquierda N.4, octubre de 2013.

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La primera chispa se encendió en Nueva York en noviembre de 2012. Muchos dijeron que eran un grupo de locos: los trabajadores exigían un salario mínimo de 15 dólares (el doble del salario mínimo establecido en 7,25 dólares por hora). Pero los salarios de pobreza no son el único problema de las y los trabajadores de este sector. Los puestos de trabajo son absolutamente precarios, los horarios son rotativos, nadie tiene seguro de salud, mucho menos licencias por enfermedad o maternidad, y están prohibidos los sindicatos.


Las empresas que emplean a estos trabajadores con salarios bajísimos y malas condiciones laborales son millonarias. Y esta es otra de las grandes banderas del movimiento de los trabajadores/as de fastfood. McDonald’s embolsó 5.500 millones de dólares en ganancias en 2011, una muestra más de que la “recuperación” económica estadounidense solo rige para las empresas. Pero lo peor es que este panorama no es exclusivo de los fastfood, es una realidad cotidiana para millones de personas. Las trabajadoras y trabajadores estadounidenses tienen una de las jornadas laborales más largas de los países industrializados, no existen las obras sociales ni la salud pública, la jubilación es un privilegio que solo una minoría puede pagar mientras la mayoría envejece como pobre dependiendo de la ayuda familiar y estatal. Y una cifra estrechamente relacionada con todo lo anterior es que solo el 6,6% de la clase obrera está sindicalizada1.

Existe una imagen típica del trabajador de fastfood: joven, estudiante, menor de 30 años, que solo necesita un trabajo part-time y dinero extra para salir con amigos, comprar un celular o ahorrar para un auto. Sin embargo, esta imagen está muy lejos de la realidad; de hecho solo cerca del 15% cumple con esa descripción. Como señala Kate Bronfenbrenner, directora del Centro de Educación e Investigación Laboral de la universidad de Cornell: “Aquí es adonde va la gente cuando cierran las fábricas, cuando hay despidos en el sector público, aquí es donde van a trabajar los adultos”.

Es más, según las cifras del National Employment Law Project (NELP), estos empleos representan una gran parte de la tan alabada “recuperación”. Según el estudio del NELP los empleos de bajos salarios representaron el 21% de los puestos de trabajo perdidos durante la llamada “gran recesión”, pero son el 58% de los puestos de trabajo creados en la “recuperación”. Y el mismo estudio muestra que el sector de fastfood, el de venta minorista y servicios comerciales juntos representan el 43% del crecimiento de empleo durante los últimos dos años. Resultado: más de la mitad de los trabajos creados durante los últimos años son basura.

La precariedad es una característica que viene extendiéndose en toda la fuerza laboral. Según las últimas estadísticas oficiales (2012), el top 3 de ocupaciones fueron: vendedor/a, cajero/a y “preparación y servicio de alimentos, incluidos los fastfood”. Esto hace que las malas condiciones laborales y los bajos salarios sean prácticas cada vez más comunes en otros sectores. Y esto ya es una tendencia en el mercado laboral reconocida incluso por el gobierno estadounidense en sus cifras oficiales: 6 de las 10 primeras ocupaciones laborales de la próxima década serán empleos de bajos salarios y baja calificación2.

Esta realidad ha debilitado la fuerza de la clase trabajadora para conseguir, al menos, mejores condiciones. Se tradujo en 10 años de salarios estancados mientras las ganancias de las grandes empresas y los bancos se dispararon, a pesar de las pérdidas de la “Gran Recesión”. El Economic Policy Institute señala en un estudio sobre el salario que su bajo crecimiento en el período 2000-2007 se combinó con los recortes salariales del período 2007-2012, y como resultado el 60% más bajo de la escala de ingresos no tuvo ninguna mejora en su remuneración aunque la productividad creció casi un 25%3. Y este no es un fenómeno nuevo en la economía estadounidense. Los trabajadores son los grandes perdedores desde finales de los años 1970. El mismo estudio señala que  durante casi todo el período 1979-2012 la mayoría de los trabajadores no vio ningún crecimiento o un crecimiento mínimo de su salario; el salario medio real a valores actuales solo aumentó 5% entre 1979 y 2012, y la productividad durante el mismo periodo creció 74,5%4.

Trabajadores cada vez más pobres, condiciones de trabajo cada vez más precarias y ganancias cada vez más altas para las empresas. Esta es la ecuación del “crecimiento” que ningún empresario quiere ver trastocada.



El modelo Wal-Mart

En Estados Unidos, el sector de comercio está en gran parte libre de sindicatos, y el de fastfood casi en su totalidad. Uno de los emblemas de estos sectores fue el modelo Wal-Mart, que se extendió a otras ramas de la economía donde los sindicatos tuvieron alguna vez mucho poder como la industria manufacturera, el procesamiento de alimentos e incluso el sector público.

La burocracia de la AFL-CIO fue imprescindible en este proceso, ya que en ningún momento se enfrentó seriamente a las leyes antisindicales que estado tras estado votaban legisladores y gobernadores republicanos y demócratas. Al contrario, alimentaron –y alimentan– siempre las expectativas en que el partido Demócrata mejoraría las condiciones de vida de su histórica base electoral. Un ejemplo trágico del fracaso de esta estrategia fue la derrota de la lucha de Wisconsin5 contra el ataque del gobernador republicano Walker, que fue imitado en varios estados, incluso varios gobernados por demócratas como New Hampshire y Missouri.

La clave del modelo Wal-Mart fue eliminar los sindicatos, atacar la negociación colectiva, y destruir por todos los medios la percepción de la pertenencia a una clase. Por ejemplo, en toda la cadena Wal-Mart está prohibido hablar de trabajadores y empleadores, todos se llaman a sí mismos “asociados”. Así, el modelo Wal-Mart se tradujo en una cultura antisindical y contratos flexibilizados.

Pero el último producto de la cadena fue el más inesperado y resistido, un modelo de lucha sindical sin sindicato: en 2012, después de años de lucha y despidos, tras una batalla legal los trabajadores de Wal-Mart encontraron una forma de asociarse sin que la patronal pudiera echarlos. Así nació OUR Wal-Mart

(OUR por sus siglas en inglés, Organización Unidos por el Respeto). Los primeros esfuerzos de los trabajadores de los fastfood fueron alentados, según los propios trabajadores, por luchas como la de Wal-Mart. El problema central de esta clase obrera precaria, con su corazón en McDonald’s y Wal-Mart no es la falta de calificación o educación de sus trabajadores (que como mencionamos más arriba provienen de la industria y otras ramas de la economía y no necesariamente carecen de oficio y/o formación) sino que se encuentran privados del mínimo derecho a la organización para mejorar sus condiciones laborales. Prueba de esto es que, como publicó el Center for Economic and Policy Research, durante el período 1979-2010, el número de trabajadores que tienen educación media y superior casi se duplicó mientras cayó la cantidad de trabajadores con buenos salarios, seguro médico y jubilación.



La batalla del salario mínimo

Esto explica el suelo fértil que alimenta este movimiento de huelgas y acciones de lucha en más de 50 ciudades. Y uno de los motivos de este impacto es que puso en discusión un problema que irrita a los empresarios y puede transformarse en un problema para el gobierno demócrata: el salario mínimo. Como en pocos lugares del mundo, los empresarios en Estados Unidos no están acostumbrados a las huelgas y mucho menos a las luchas por sector, donde los trabajadores de varias empresas luchan de forma unificada. Todo lo que huela a negociación colectiva causa estupor. Una muestra de ese temor puede verse en el aviso publicitario financiado por los hermanos Koch6 en julio de 2013, donde lanzan diatribas contra las regulaciones y cualquier medida que “reduzca la movilidad laboral” y que obstaculice el libre juego del mercado. Advierten: un aumento del salario mínimo –o el salario mínimo en sí– pondría en peligro la economía entera, el futuro del imperialismo norteamericano. Y si irrita a los de arriba y alimenta el descontento de los de abajo, no es difícil imaginar que el gobierno empiece a ocuparse del tema. Barack Obama ya había hablado del aumento del salario mínimo después de la segunda tanda de huelgas de los fastfood en julio de 2013, pero el Día del Trabajo (6/9) anunció que planea solicitar un aumento del piso salarial de 9 dólares en… ¡2015! (hablando de empatía con la vida real de quienes trabajan todo el día y aun así dependen de la ayuda estatal para que haya comida en su mesa).

De más está decir que no es verdad que un aumento del salario mínimo pondría en peligro “la grandeza de Estados Unidos”. Pero lo que es cierto es que “dañaría” las ganancias extraordinarias de las empresas, y pondría de manifiesto el cambio en la relación de fuerzas que significaría el triunfo de los trabajadores peor pagos del país que representan ni más ni menos que la mitad de los nuevos trabajos creados durante la “recuperación”.



Lazos de solidaridad, estrategias y perspectivas

Ese precariado, enorme, hastiado, con pocas herramientas políticas y de organización, pero rodeado de solidaridad y apoyo, viene desafiando a los más cínicos y escépticos. Hasta la burocracia sindical de la AFL-CIO7 está buscando cómo ser parte (y canalizar de alguna forma) de este movimiento híbrido, donde participan trabajadores, comunidades locales y organizaciones políticas (desde grupos de abogados laboralistas, pasando por Occupy, hasta grupos de extrema izquierda). El movimiento Occupy Wall Street8 viene jugando un rol importante. Para los trabajadores de fastfood vienen siendo una red de apoyo y solidaridad que cumple en muchos casos las tareas que llevaría adelante un sindicato: apoyo económico, ayuda legal, difusión de la lucha, incluso nutren los “piquetes” de huelga (que concretamente consisten en hacer manifestaciones frente a los locales). Es para destacar cómo este movimiento, que ha mostrado muchos límites políticos en su desarrollo desde que surgió en 2011, juega un rol muy progresivo, al amplificar las demandas y las críticas de “cómo funciona” el capitalismo en Estados Unidos.

Estos lazos entre la juventud de Occupy y sectores de trabajadores, que se vienen forjando y transformando durante estos años, estuvieron en primer plano en la huelga de los fastfood. Aun cuando el proceso enfrente muchos obstáculos que dificultan la perspectiva más general como movimiento de la clase obrera (por su configuración, su lugar en la economía, el rol de la burocracia, etc.), su extensión nacional e impacto va más allá. Uno de los primeros sindicatos en organizar este nuevo sector de trabajadores fue el SEIU (Service Employees International Union). A pesar de que SEIU está fuera de la AFL-CIO desde 2005 9, la central sindical apoyó varias medidas y está intentando participar de este fenómeno que se viene desarrollando a la vera de la inacción de la burocracia oficial. Sin embargo, hasta ahora ha sido imposible para este y otros movimientos desarrollar una estrategia que permita combatir a las empresas y los gobiernos locales y federal (a lo que se niegan tanto SEIU como la AFL-CIO). Por el momento se han desplegado las energías de los sectores más bajos de los trabajadores, pero aun está ausente la perspectiva de pelear por recuperar los sindicatos, superar la fragmentación de la clase obrera para demostrar el poderío social del proletariado norteamericano.

Aunque el movimiento de los fastfood no es radicalizado ni mucho menos, está lejos de las mesas de negociaciones de los burócratas que se manejan como verdaderos empresarios. SEIU impulsa instancias de negociación colectiva en varios lugares, de acuerdo con las leyes de cada estado (EE. UU. es un país federal, y cada estado elige cómo legislar los temas laborales). El hecho de no contar con una estrategia nacional es uno de los puntos más débiles de esta política, que no llega a equiparar siquiera los esfuerzos que realizan los trabajadores que, con poco o nulo apoyo legal, apuntaron en acciones coordinadas en todo el país.

Uno de los aciertos de la última huelga en agosto de 2013 fue la acción simultánea en más de 50 ciudades, en protesta contra todas las empresas de fastfood, con el apoyo y la movilización de Occupy, ONG de consumidores, organizaciones de inmigrantes y grupos de izquierda. Este carácter híbrido es una fortaleza porque amplifica el alcance de la huelga aunque deja entrever la debilidad de los trabajadores, huérfanos de organizaciones de clase y aun con desconfianza de la enorme fuerza social (y política) que representa el proletariado norteamericano. Pero ningún proceso es lineal y, a pesar de las innumerables trabas, la escala más baja de la clase obrera da sus primeros pasos en un escenario de “recuperación” de las ganancias empresariales y “recesión” del salario obrero.



1 Según el último censo oficial, el 6,6% del sector privado está afiliado a un sindicato; mientras la cifra asciende al 35% en el sector público.

2 Economic News Release, 2012, http://www.bls.gov.

3 “A Decade of Flat Wages”, www.epi.org, 21/08/2013.

4 Ídem.

5 En febrero de 2011, docentes y estudiantes, con el apoyo de la comunidad, tomaron la legislatura de Wisconsin para evitar la votación de la ley que eliminaría el derecho a negociar colectivamente de los docentes. Aunque la lucha logró impacto nacional y se ganó la simaptía de una parte importante de la población, culminó en una derrota.

6 Son los dueños de Koch Industries, la segunda empresa privada más grande de Estados Unidos (y uno de los principales aportantes –ellos no lo reconocen– del Tea Party, que ha radicalizado el ala derecha republicana).

7 Cuyo último gran “triunfo” fue la entrega que encabezó el sindicato automotriz UAW de los derechos del último reducto de la clase obrera industrial norteamericana, para permitir el salvataje de las empresas como General Motors en 2009. El acuerdo del gobierno de Obama exigía bajar los costos de producción, y UAW accedió a recortar salarios, eliminar bonos y desfinanciar el fondo de salud sindical. Más sobre el acuerdo: “Vergonzoso acuerdo de UAW con General Motors”, La Verdad Obrera, 28/5/2009.

8 El movimiento Occupy Wall Street surgió en 2011 con el lema “Somos el 99%”, que ilustra la enorme brecha entre ricos y pobres en Estados Unidos. Aunque su protesta tuvo resultados desiguales, por su programa general y relativamente abstracto, viene cumpliendo un rol muy progresivo al denunciar las características más brutales del capitalismo, agudizadas por la crisis económica que se desarrolla desde la caída de Lehman Brothers. Surgió como parte del movimiento internacional de la “juventud indignada” que multiplicó sus protestas en varias ciudades del mundo.

9 SEIU rompió junto a otros sindicatos de la AFLCIO para formar la coalición Change to Win (cambiar para ganar), en una supuesta búsqueda de emplear métodos más ofensivos para organizar a los trabajadores. Desde la ruptura, tanto Change to Win como la AFL-CIO vienen apoyando las iniciativas “alternativas” de organización impulsada por los mismos trabajadores, pero ninguna de las dos cuestiona la fragmentación y precarización de la clase obrera.

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