Miles de trabajadores y trabajadoras textiles de Bangladesh
volvieron a salir a las calles de la capital, Dhaka, para pedir por un salario
mínimo de 100 dólares al mes.
Más de 30.000 textiles abandonaron las principales fábricas
del centro y la periferia de la capital
tomando las calles y obligando a los empresarios a cerrar un centenar de
grandes talleres, constituyéndose en una huelga de hecho.
La policía trató de frenar el avance de las columnas obreras
con gases lacrimógenos pero solo lograron enfurecer más a los manifestantes
como en la ciudad de Ashulia (periferia de la capital) donde los trabajadores
levantaron barricadas e incendiaron vehículos para frenar la represión de las
fuerzas de seguridad.
Las nuevas protestas se dan a menos de dos meses de las
masivas movilizaciones de fin de septiembre que paralizaron la industria textil
durante una semana y obligaron al gobierno a llamar a un consejo del salario
para acordar un aumento antes de fin de noviembre.
Bangladesh es el país con el salario mínimo más bajo del
mundo (38 dólares) y frente a la demanda obrera de un aumento que lo lleve a
100 dólares mensuales los empresarios se negaron de plano a ofrecer un incremento
que supere el 20% del valor actual, es decir no más de 45 dólares. El gobierno,
que además de estar presionado por las movilizaciones se encuentra en un
complejo escenario político cruzado por las elecciones generales de enero de
2014, ofreció desde el consejo del salario un aumento que permita elevar el
mínimo a 67 dólares y se comprometió a fijar un nuevo valor para el 21 de
noviembre exhortando a los trabajadores a abandonar las calles y volver al
trabajo. Gobierno y empresarios se pusieron de acuerdo para intimidar a los
trabajadores con la amenaza de cierre masivo de fábricas si estos mantienen su
reclamo, en realidad no se trata más que de una extorsión para que los obreros
textiles acepten la propuesta que termine fijando el gobierno, muy por debajo
de su demanda.
La situación actual es de expectativa y si bien los
trabajadores volvieron a las fábricas, nada indica que las manifestaciones
espontaneas y violentas, que se incrementaron en el último período por el
reclamo de un salario digno, vayan a terminar luego del anuncio gubernamental.
Las movilizaciones, huelgas y manifestaciones de los
trabajadores textiles han ido creciendo en los últimos meses desde el derrumbe,
en abril de este año, del edificio Rana Plaza donde funcionaban varios talleres
textiles, que terminó con el saldo de 1135 muertos (80% mujeres). Este episodio
dejó al desnudo las brutales condiciones de trabajo en la principal industria
de Bangladesh, la textil, con la que recaudan millonarias ganancias las
empresas multinacionales en base a condiciones de absoluta precariedad laboral
y salarios miserables.
La esclavitud del
siglo XXI
Las gigantes empresas de la industria textil como Zara,
Benetton, Nike, Adidas, Acsis, Reebok o las cadenas como Wal-Mart, Carrefour,
H&M y El Corte Ingles entre otras,
se establecieron por medio de talleres tercerizados en países como Bangladesh,
Camboya, Sri Lanka, Vietnam, Laos o la India donde obtienen ganancias
extraordinarias.
El caso de Bangladesh es paradigmático porque se trata del segundo
exportador mundial de ropa después de China. El bajo costo de la mano de obra y
la inseguridad laboral (que permite que prácticamente cualquier estructura se
convierta en un taller habilitado) hacen que este país sea el lugar más barato
para producir grandes cantidades de ropa que tienen por destino principalmente
a Europa (60%) y EEUU (23%).
Con una población de 155 millones de habitantes y una fuerza
laboral (ocupada) de 56 millones, Bangladesh se convirtió en un imán para
satisfacer la sed de ganancia de las empresas capitalistas. El gobierno le
garantiza a los empresarios un salario diferenciado por rama de producción[1],
que en la industria textil es el más bajo del mundo (ver cuadro). De esta forma
durante la última década se establecieron en el país más de 5.000 fábricas
textiles que emplean a más de 4 millones de trabajadores, el 80% mujeres.
Para que sea gráfica la relación que existe entre el salario
mínimo y la ganancia de las empresas basta un ejemplo: una obrera textil en
Bangladesh debería dedicar el 100% de casi tres meses de su salario mínimo para
poder comprar un pantalón de jean de primera marca (que ella misma produce por
miles) en alguna de las principales cadenas o centros comerciales de Europa o
EE.UU[2].
Como con el salario mínimo de 38 dólares es imposible vivir,
las obreras textiles se ven obligadas a trabajar de hecho jornadas de 12 o 14
horas, haciendo horas extras, para poder llegar a un sueldo mensual de unos 100
dólares. Aún así, este valor estaría tres veces por debajo de lo que se podría
considerar un “salario digno”[3].
Otro dato alarmante son las condiciones de absoluta
inseguridad en la que se montan los talleres. La connivencia entre el gobierno,
el ministerio de trabajo, los inspectores de seguridad y los empresarios es total
como quedó demostrado con el derrumbe del edificio Rana Plaza, que logró
repercusión internacional pero que no se trata del único sino que son una
constante las noticias sobre incendios o derrumbes de fábricas o talleres donde
mueren trabajadoras. También son comunes los testimonios de obreras que dicen
denunciar las malas condiciones edilicias y laborales pero que ven como los
inspectores del gobierno miran para otro lado a la hora de hacer las
habilitaciones.
Esta relación tan estrecha entre política y negocios no es
de extrañar, sobre todo cuando un 30% de los parlamentarios de Bangladesh son
al mismo tiempo empresarios de grandes fábricas textiles.
Una nueva clase
obrera que emerge
El desarrollo de la industria textil en Bangladesh fue
meteórico. Las primeras fábricas se establecieron a principios de la década de
1980 y su crecimiento se disparó exponencialmente en las tres décadas
siguientes. Este sector pasó de representar un 3% del PBI en 1991 al 13% en la
actualidad. En 2012 las exportaciones de productos textiles llegaron a los
22.000 millones de dólares, lo que supone el 80% del total de las exportaciones
del país.
A la par del crecimiento de esta nueva rama industrial se
fue conformando una nueva clase obrera joven, migrante y mayoritariamente
femenina. Para el año 2000 la industria textil tenía alrededor de 3000 fábricas
y empleaba a 1,5 millones de trabajadores. En la actualidad hay unos 5000
establecimientos donde trabajan más de 4 millones de trabajadores de los cuales
entre el 80% y el 90% son mujeres[4]. A su vez cerca de 2 millones de las
trabajadoras textiles son mujeres provenientes de las áreas rurales que se
desplazaron en las últimas décadas a las ciudades tras las promesas de empleo
en la nueva industria[5].
Desde que se establecieron en el país la gran mayoría de las
empresas prohibieron los sindicatos y la organización al interior de las
fábricas, contando para esto con el visto bueno del ministerio de trabajo y el
gobierno que les permitió todo tipo de atropellos contra las trabajadoras.
Las primeras huelgas importantes se realizaron en el año
2006 cuando se empezaron a formar algunas organizaciones de obreras textiles
(por fuera de la ley) y le arrancaron al gobierno el primer aumento del salario
mínimo que había permanecido congelado desde el año 1994[6].
Tras la lucha de 2006 el gobierno aumentó el salario mínimo
a 21 dólares y luego lo volvió a ajustar con las huelgas de 2010 hasta los 38 dólares
actuales.
Sin embargo fue en el último período que las huelgas y
movilizaciones de los y las trabajadoras textiles pegaron un salto, se
multiplicaron y tomaron protagonismo. El asesinato masivo de trabajadores que
significó el derrumbe del edificio Rana Plaza fue tan brutal que no solo puso
en evidencia las condiciones de trabajo de las contratistas de las grandes
marcas de indumentaria a nivel internacional, sino que obligó al gobierno a
emitir una ley que permite la creación de sindicatos en este sector sin el
permiso de los dueños de las fábricas.
Esto envalentonó a los y las obreras textiles que vienen
saliendo a las calles y enfrentándose con la policía para pelear por sus
demandas.
La ausencia de una burocracia sindical centralizada o de sindicatos
amarillos, que puedan tener el control sobre esta masa de 4 millones de
trabajadores, le da a las acciones un carácter espontáneo y muchas veces
violento que se sale de los márgenes de la “normalidad” a la que estaban
acostumbrados el gobierno y los empresarios.
Se podría decir que esta nueva y joven clase obrera que
empieza de muy atrás, y que viene de sufrir (y sigue sufriendo) condiciones
brutales de explotación, es “hija” de las derrotas que sufrió el movimiento
obrero a nivel mundial durante las últimas décadas de neoliberalismo y
restauración burguesa en todo el mundo. La deslocalización, el outsourcing, la
tercerización, los contratos basura y los bajos salarios son un sello de
nacimiento para gran parte del proletariado de la región y fue a su vez el
fantasma que la burguesía utilizó principalmente sobre los trabajadores de los
países imperialistas para atacar sus conquistas.
Sin embargo esas mismas condiciones que constituyen su sello
de nacimiento también vuelven a este nuevo movimiento obrero en potencialmente
más insubordinado que sus pares de occidente al no contar sobre sus espaldas
con una derrota significativa, más que sus propias (y brutales) condiciones de
trabajo que son las que llevan a esta explosiva conflictividad. Si bien parten
de un nivel de subjetividad muy bajo y luchan en muchos casos por condiciones
elementales, no cargan con los prejuicios de una clase obrera que sufrió
derrotas históricas.
La clase obrera de Bangladesh y sobre todo su sector más
explotado, el textil, no se encuentra solo. Los últimos años, y sobre todo el
que aún está en curso, vio un aumento exponencial de los conflictos obreros en
toda la región. Tan solo hace una semana salían a la huelga en Indonesia y en
estos días lo hacían las trabajadoras textiles de Camboya. El escenario se
repite de una u otra forma en Vietnam, Laos, India y China.
Los próximos meses (y años) serán claves para saber los
efectos que puede tener la acción de esta poderosa fracción de la clase obrera
no solo en la región sino sobre la lucha de clases a nivel global.
[1]
Las diferencias son sustanciales: los trabajadores del transporte y del
comercio ganan el doble que los trabajadores textiles.
[2]
Otro ejemplo: El salario de un mes equivale al precio una camiseta de manga
larga (29 euros = 38 dólares) comprada por internet en El Corte Ingles (sin
incluir gastos de envío).
[5]
Según datos del Banco Mundial entre 1995 y 2005 el empleo rural había bajado
del 63% al 48% mientras que el empleo en la industria y los servicios pasó del
37% al 52%.
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