martes, 28 de enero de 2014

“Giro a izquierda” en la política norteamericana


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Celeste Murillo y Juan Andrés Gallardo
Número 6, diciembre 2013.
www.ideasdeizquierda.org
La victoria de un demócrata “progresista” como alcalde de Nueva York, la caída de los candidatos de la derecha republicana más reaccionaria, y la banca local conquistada por una candidata de izquierda en Seattle, plantean la pregunta de si existe un “giro a izquierda” en la política norteamericana.
Las elecciones locales de principios de noviembre en Estados Unidos tuvieron un tono distintivo. Con poca cobertura mediática, la victoria de una candidata de izquierda fue una de las novedades políticas, cuya magnitud va más allá del cargo conseguido (concejal) siendo que se da en el marco de un sistema electoral bipartidista, profundamente restrictivo y abiertamente macartista (ver recuadro). Los que acapararon la atención de los medios fueron, sin duda, el triunfo del demócrata Bill De Blasio en las elecciones a alcalde en Nueva York, y el del republicano moderado Chris Christie en Nueva Jersey. Este desplazamiento dio lugar a la pregunta de si existe un “giro a izquierda” en el centro de gravedad de la política norteamericana. Para comprender la relevancia que han tenido estos resultados es necesario remontarse a las elecciones parlamentarias de 2010. El fenómeno que cruzó esa instancia había sido el de una fuerte polarización y el ascenso del ala más radicalizada del Partido Republicano, a través del movimiento Tea Party, que conquistó su propio bloque dentro de la bancada de ese partido, desplazando al ala centro.
El Tea Party tomó las demandas de los sectores de la clase media acomodada y alta que no quieren que se use “su” dinero para financiar programas sociales. Y con un programa populista reaccionario, canalizó la bronca de sectores más amplios, hastiados de la indiferencia del gobierno federal que concentraba sus esfuerzos y recursos para rescatar bancos y empresas. Como parte de su agenda, echó mano de campañas xenófobas y de defensa de los “valores americanos”, que se abrieron paso en un clima de profunda recesión económica. Un programa de “Estado chico” y recorte de los planes sociales, combinado con una cruzada reaccionaria contra los derechos de los inmigrantes, de las mujeres y de la comunidad homosexual. Las elecciones de 2010 se inscribieron como la expresión del giro a derecha que se asentó sobre la polarización política y social. Durante los últimos años, el gobierno de Obama ensayó varias medidas para paliar la recesión en la que se encontraba la economía norteamericana, mientras que el centro de la crisis económica se trasladaba a Europa. Medidas como el QE3, la inyección masiva de dinero público1, fueron configurando una modesta recuperación, con un alto crecimiento del empleo precario. Estos años de crisis desgastaron el gobierno de Obama, y también fueron limando el apoyo al Tea Party porque sus recetas ultraneoliberales ya no eran tan atractivas. La popularidad del gobierno de Obama iba en descenso por una combinación de problemas domésticos, y la cada vez más evidente crisis de la hegemonía norteamericana (que se expresó centralmente en el escándalo internacional por el espionaje y las crisis en Siria, Medio Oriente y el Norte de África).
Sin embargo esta crisis no pudo ser capitalizada por los republicanos, y rápidamente comenzaron a verse las grietas en ese partido2. Si hubo algo que dejó en evidencia la pérdida de legitimidad del Tea Party fue la intransigencia y el bloqueo de sus diputados a la votación del presupuesto 2013, que terminó en el conocido “shutdown” (cierre) del gobierno3. Durante algunos días se vio concretamente el programa de “Estado chico”, que no fue otra cosa que el cierre de agencias estatales, la suspensión sin pago de 800.000 empleados públicos y despidos de empleados de programas eventuales. Si las marchas contra el Obamacare (por el plan de salud “universal” que impulsa Obama4) fueron un símbolo del ascenso del Tea Party, el “shutdown” fue símbolo de su caída en desgracia.
Es en este marco que las recientes elecciones locales, que no son decisivas en sí mismas, expresaron un clima político diferente –opuesto– al de 2010, a tal punto que muchos se preguntan si se trata de un “giro a izquierda”. En 2010 triunfaba la derecha más recalcitrante, hoy se imponen los candidatos de centro como el gobernador reelecto Chris Christie, un republicano que tiene buena relación con Obama y evita declaraciones homofóbicas y racistas. Y los demócratas que se impusieron no fueron los cautelosos del ala centro, sino los que con un perfil “progresista” recrearon parte del viejo programa de la base demócrata: planes sociales y de vivienda e impuestos más altos para los ricos. Con esa campaña, Bill De Blasio se transformó en el primer alcalde demócrata de Nueva York en 25 años. Y por primera vez en 100 años una candidata abiertamente socialista llegó a conquistar un cargo local, enfrentando al oficialismo demócrata.

Quiénes “empujan hacia la izquierda” la política norteamericana
Este “giro a izquierda” en la superestructura política no es más que una expresión distorsionada (por los propios límites del sistema bipartidista) del clima social que viene fermentando durante los últimos años. Uno de los mayores exponentes de ese nuevo clima político fue Occupy Wall Street, que tuvo el mérito de señalar la enorme desigualdad social con la consigna “Somos el 99%”, a pesar de no haber logrado una movilización masiva. Y aunque ya no están ocupando las plazas, su retirada de las calles tuvo como contrapartida el surgimiento de una suerte de “activismo social” y redes de solidaridad con luchas de trabajadores y conflictos locales (apoyo a los portuarios de Seattle y Oakland y la organización por las marchas del 1° de Mayo). Se transformaron en un amplificador de denuncias políticas y sociales sentidas, como el repudio a la absolución del asesino del joven afroamericano Trayvon Martin5 o el extendido repudio al espionaje del gobierno de Obama.
En el último período confluyeron también con la lucha que llevan adelante los trabajadores de WalMart que cuestiona el modelo antisindical por excelencia en EE.UU., y con los trabajadores/as precarios de losfastfood, que vienen de realizar huelgas coordinadas a nivel nacional por el salario mínimo6.
La generación que da cuerpo a estos movimientos y al nuevo clima social tiene entre 18 y 29 años, y el 40 % pertenece a las llamadas minorías raciales y étnicas. Estos menores de 30 años ingresaron a un mercado de trabajo signado por la recesión, con un Estado que ha reducido al mínimo su tejido social, por ende su vida tiene peores perspectivas que las de sus padres. Los sectores medios educados están endeudados y la mayoría está sobrecapacitada para los trabajos que consigue. Los hijos de la clase media empobrecida que no llegaron a la educación superior compiten por puestos de trabajo precarios, adonde llegan también los trabajadores mayores expulsados de la industria y los servicios.
La tasa de desempleo de los que tienen entre 18 y 29 años de casi el 12 % es otra marca generacional (y supera la media nacional de 7,3 %). Constituyen un importante sector demográfico donde dos tercios creen que el Estado debe brindar más y mejores servicios públicos (25 % más que la media general)7, el 58 % apoya los sindicatos y el 43 % está en contra de las corporaciones8.
No se trata solo de un problema económico. Estos sub30 vivieron casi toda su vida bajo el signo del neoliberalismo y no conocieron los “años dorados” del Estados Unidos hegemónico, más bien están siendo testigos de su decadencia. Es natural entonces que una gran parte de ellos vea en el capitalismo la raíz de los problemas. Según una encuesta de Gallup de 2011: “el 49 % de los estadounidenses entre 18 y 29 años tienen una reacción positiva ante la palabra ‘socialismo’, mientras el 47 % reacciona negativamente a la palabra ‘capitalismo’”9. Este nuevo “estado de ánimo” es comparable a los fenómenos que recorren la juventud a nivel internacional, un nuevo “espíritu de época”10. Estos jóvenes votaron mayoritariamente por Obama en 2008, con una enorme expectativa de cambio después de los dos mandatos de G.W. Bush. Expectativas que se fueron convirtiendo en decepción, pero no en escepticismo, durante los últimos años.

Sin cheque en blanco
Existe otro fenómeno más general que tiene que ver con un factor demográfico, y que explica parte del retroceso del ala más dura del Partido Republicano y la posibilidad de recrear tras De Blasio la base social que llevó a Obama al gobierno.
En los últimos años asistimos a un estrechamiento de la base social histórica del Partido Republicano que es mayoritariamente blanca, nativa, cristiana y supera los 50 años. Como contrapartida vimos el crecimiento de las “minorías sociales”, sobre todo los latinos, que se convirtieron en una fuerza capaz de definir los resultados electorales y que en su mayoría son votantes demócratas11. A esto se suma el perfil de los votantes de las generaciones más jóvenes que mencionamos anteriormente. Esta tendencia encendió las luces de alarma entre los republicanos. Un temor que no es infundado y que está en la base del discurso moderado que ensayó Chris Christie para ser reelecto en Nueva Jersey. Sin embargo, las fracturas internas en el Partido Republicano muestran las dificultades para consensuar una posición de centro que le permita ganar una nueva base social que pueda combinarse con su base electoral histórica.
Esto no quiere decir que los demócratas tengan vía libre para canalizar e institucionalizar electoralmente sin contradicciones los fenómenos sociales que surgieron a su izquierda, sobre todo después de la decepción que significó Obama. Una confirmación de esto fue el triunfo de la candidatura de izquierda en Seattle. Que De Blasio no es un izquierdista no hace falta aclararlo. Su campaña no contó con la adhesión de ninguno de los movimientos sociales de la ciudad, y ninguno de los sindicatos de empleados públicos, que serán los primeros en sentarse a negociar su convenio colectivo con el alcalde, apoyó su candidatura en las primarias. Como señala la revista Jacobin: “Al contrario de las vociferaciones del consejo editorial del Wall Street Journal, De Blasio no es un representante de ningún tipo de movimiento social. No existe casi ninguna coincidencia entre su equipo de campaña y cualquiera que haya dormido en Zuccotti Park”12. Haber recreado la base social y generado la simpatía que existía con el primer Obama no es en absoluto garantía de un nuevo cheque en blanco para el Partido Demócrata. El gran desafío para los sectores que están en la base de este “giro a izquierda” es lograr no ser asimilados de una u otra forma como la “pata izquierda” del bipartidismo.

Desafíos
El movimiento no-global surgido en Seattle en 1999 no pudo evitar ser absorbido por el Partido Demócrata, a pesar de plantear una poderosa crítica social, cuyo legado llega hasta hoy. En el terreno político, un sector de este movimiento llegó a apoyar la candidatura independiente de Ralph Nader en 2000 con un programa reformista, aunque fueron evidentes los límites frente a la maquinaria bipartidista de demócratas y republicanos, que no son más que dos alas del mismo partido de la burguesía imperialista. Los movimientos posteriores no llegaron a plantearse siquiera un horizonte por fuera del bipartidismo, ni el movimiento antiguerra (que terminó derrotado), ni el multitudinario movimiento inmigrante que se “encomendó” directamente a la gran promesa de Obama (todavía incumplida).
No es posible afirmar hoy que la dinámica que existe en los sectores precarios y la juventud vaya ser capaz de hacerlo. Y también es difícil para los sectores sindicalizados, especialmente los industriales, que tienen en su seno a la AFL-CIO que funciona prácticamente como brazo sindical del Partido Demócrata. Las negociaciones de la burocracia con distintas empresas en los últimos años permitieron mantener algunas conquistas de los sectores sindicalizados en detrimento de todo derecho para los nuevos trabajadores, lo que estratégicamente debilita la fuerza social de la propia clase obrera. Y aunque la recesión ha empeorado las condiciones de vida de los trabajadores sindicalizados, estos todavía se sienten lejos de los precarios y la juventud, que plantean una crítica filosa pero su fuerza social es insuficiente. La única forma de evitar que este descontento vuelva a ser canalizado por el bipartidismo, es conquistar una expresión política independiente, de la que los precarios, los jóvenes y los inmigrantes solo pueden ser su ala izquierda pero que, para pararse sobre sus propios pies, necesita sí o sí de la poderosa clase obrera industrial norteamericana.

Blog de los autores: teseguilospasos.blogspot. com.ar y sordoruido.blogspot.com.ar.

1. P. Bach, “La discordancia de los tiempos de la crisis capitalista mundial”, Ideas de Izquierda 3, 2013.
2. La fracción del Tea Party, que representa en la realidad menos del 20% del caucus republicano, adquirió un peso sobredimensionado debido a las divisiones del Congreso y la debilidad de la presidencia.
3. La división de la bancada republicana ya se había expresado en la discusión sobre un eventual ataque a Siria.
4. A pesar de que esta reforma, conocida como Obamacare, favorece a las aseguradoras privadas, ya que obliga a toda persona a contratar una cobertura de salud, y no implica el establecimiento de un sistema de salud público universal, el Partido Republicano y en particular el Tea Party, lo rechazan de plano.
5. En febrero de 2012 George Zimmerman asesinó a sangre fría al joven afroamericano Trayvon Martin por considerarlo “sospechoso”. La absolución del asesino en 2013 provocó un amplio repudio.
6. C. Murillo, J.A. Gallardo, “Fastfood Nation”, Ideas de Izquierda 4, 2013.
7. “Millennials: Confident. Connected. Open to Change”, Pew Research, 24/2/2010.
8. M. Hais and M. Winograd, “Walker Awakens a Sleeping Giant”, Huffington Post, 10/3/2011.
9. “Who are the new socialist wunderkinds of America?”, New Statesman, 9/11/2013.
10. J.A. Gallardo, “#juventudenlascalles”, Ideas de Izquierda 1, 2013.
11. En 2010, 60% de los electores latinos votaron a favor de candidatos demócratas. En contraste, solo 38% apoyó a los republicanos, según un análisis del Pew Hispanic Center.
12 A. Paul, “A Teachable Mayor”, Jacobin, 11/11/2013.
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Una concejal socialista en Seattle
La militante de Socialist Alternative*, Kshama Sawant, ganó una banca en el Concejo Deliberante de la ciudad de Seattle, con casi 94.000 votos (50,67 %) y le ganó a su rival del Partido Demócrata que llevaba 16 años en ese cargo. La candidatura de Sawant expresó políticamente muchas de las demandas del movimiento OWS y de los fastfood, los inmigrantes y los trabajadores, es decir, los que dan cuerpo a este “giro a izquierda”.
Kshama Sawant, de 41 años y de origen indio, se convirtió en la primera concejal socialista en casi 100 años por la ciudad de Seattle. Y aunque es un cargo local, adquiere mayor importancia en el marco de un sistema fuertemente bipartidista. A esta victoria se sumó también la muy buena elección del candidato de Socialist Alternative en Minneapolis (obtuvo el 36% de los votos).
Sawant se presentó con una boleta socialista, y levantó como ejes de su campaña la demanda de salario mínimo de 15 dólares, el control de precios de los alquileres y mayores impuestos a los millonarios para aumentar la inversión en transporte público y educación. Este programa, aunque limitado, logró la adhesión de un sector históricamente votante del Partido Demócrata, desilusionado tanto con la política de Obama a nivel nacional como con los demócratas en Seattle, que gobiernan hace décadas.
Este triunfo dio por tierra con dos mitos: el primero, que la gente en Estados Unidos le tema al “socialismo” (que se agita como un fantasma en una sociedad profundamente macartista), y el segundo, que no se le puede ganar al Partido Demócrata. Existe un sentido común entre varios sectores de la izquierda que, con escepticismo, no ven más allá de las fronteras del bipartidismo. Muchos grupos de izquierda, incluso algunos que se dicen trotskistas o radicales, terminan apoyando a los candidatos demócratas como “mal menor” ante el terror de la derecha.
Este triunfo es significativo porque en Estados Unidos es muy raro que se presenten candidatos que no sean republicanos o demócratas, y si hay candidatos por fuera de esos partidos, en general son “independientes”, pero rara vez llegan a postularse candidatos o candidatas de izquierda y menos que se reivindiquen abiertamente socialistas. El norteamericano es un sistema electoral basado en un bipartidismo ultrarrestrictivo, donde se necesitan millones de dólares para montar una campaña y se imponen las maquinarias de los demócratas y republicanos.

* Es un grupo de izquierda norteamericano de tradición trotskista relacionado internacionalmente con Committee for a Workers’ International (CWI).

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