sábado, 30 de noviembre de 2013

Triunfo de la izquierda en Seattle

Triunfo de la izquierda en Seattle





Las elecciones en varios estados (provincias) que se realizaron en EE.UU. a principios de noviembre expresaron lo que varios medios describieron como un “giro a izquierda” en el eje de la política norteamericana.
La crisis del bipartidismo, expresada en las fracturas al interior del partido Republicano y el debilitamiento de su ala derecha, el Tea Party (ver LVO N°541), se suma al desgaste del gobierno de Obama y la desilusión con las promesas que el partido Demócrata “no cumplió”. Mientras la desocupación se mantiene por encima del 7%, el gobierno rescata a los grandes capitalistas y banqueros, que incluso aumentaron sus ganancias. Tras seis años de crisis económica (con un crecimiento débil en el último período), lo que se palpa en la realidad norteamericana es la creciente desigualdad económica, la creación de empleos basura, los salarios miserables y el crecimiento de un precariado que trabaja en el sector de servicios, junto con un ataque gradual a los sectores más concentrados de la clase obrera que aún mantienen algunas conquistas. Esta situación dio lugar al surgimiento de fenómenos sociales como el de Occupy Wall Street (OWS, Ocupa Wall Street) y una juventud que viene haciendo una experiencia política, el de los trabajadores de Wal Mart por el derecho a organizarse o el de los trabajadores de los fastfood por un sueldo mínimo de 15 dólares la hora.
Esta combinación de factores se expresó electoralmente en los principales partidos, Republicano y Demócrata, con el triunfo del ala centro en el primero y de los “progresistas” en el segundo. Como parte de este “giro a izquierda”, una gran sorpresa la dio la militante socialista Kshama Sawant, que ganó una banca en el concejo deliberante de la ciudad de Seattle. Levantando un programa con eje en la demanda de un salario mínimo, expresó a amplios sectores de trabajadores precarios, además de lograr la simpatía de los jóvenes de OWS y un sector que está desilusionado con los demócratas. Sawant obtuvo casi 94.000 votos (50.67%) y le ganó a su rival del partido Demócrata que llevaba 16 años en ese cargo.


Una concejal socialista en Seattle

Kshama Sawant, militante de Socialist Alternative (Alternativa Socialista), un grupo de izquierda norteamericano de tradición trotskista, se convirtió en la primera concejal socialista en casi 100 años por la ciudad de Seattle. Y aunque sea un cargo local, esto adquiere mayor importancia en el marco de un sistema fuertemente bipartidista. A esta victoria en Seattle se sumó también la muy buena elección del candidato de Socialist Alternative en Minneapolis (la ciudad más importante del estado de Minesotta) que obtuvo el 36% de los votos.
Sawant, de 41 años y de origen indio, se presentó con una boleta socialista, y levantó como ejes de su campaña la demanda de salario mínimo de 15 dólares, el control de precios de los alquileres y mayores impuestos a los millonarios para aumentar la inversión en transporte público y educación. Este programa, aunque limitado, logró la adhesión de un sector históricamente votante del partido Demócrata, desilusionado tanto con la política de Obama a nivel nacional como con los demócratas en Seattle (donde gobiernan históricamente).
El triunfo de Sawant dio por tierra con dos mitos: el primero, que la gente en Estados Unidos le tema al “socialismo” (que se agita como un fantasma en una sociedad profundamente macartista), y el segundo, que no se le puede ganar al partido Demócrata.


La democracia restrictiva del bipartidismo

Lo significativo del triunfo de Sawant es que en Estados Unidos es muy raro que se presenten candidatos que no sean republicanos o demócratas, y si hay candidatos por fuera de esos partidos, en general son “independientes”, pero rara vez llegan a postularse candidatos o candidatas de izquierda y menos que se reivindiquen abiertamente socialistas. El norteamericano es un sistema electoral basado en un bipartidismo ultrarestrictivo, donde se necesitan millones de dólares para montar una campaña y se imponen las maquinarias de los demócratas y republicanos que no son más que dos alas del mismo partido de la burguesía imperialista.
Existe un sentido común entre varios sectores de la izquierda que, con escepticismo, no ven más allás de las fronteras del bipartidismo. Muchos grupos de izquierda, incluso algunos que se dicen trotskistas o radicales, terminan apoyando a los candidatos demócratas como “mal menor” ante el terror de la derecha. A lo sumo han llegado apoyar candidatos del partido Verde o algún candidato independiente como Ralph Nader (que se presentó por última vez en las elecciones presidenciales de 2000, con un programa muy limitado de reformas).
La candidatura de Sawant expresó políticamente muchas de las demandas del movimiento OWS, de las/os trabajadores de los fastfood, los inmigrantes y los trabajadores, es decir, los que dan cuerpo a este “giro a izquierda” del que hablan los medios en EEUU. Unos días después de conocerse su triunfo, comenzó la huelga en la fábrica Boeing y la nueva concejal fue una de las invitadas a dirigirse a los trabajadores en lucha. Allí repudió el plan de la patronal para eliminar las pensiones de los trabajadores, mientras recibe subsidios millonarios del gobierno. Aunque lo hizo con un con un programa confuso de “apropiación democrática” de la fábrica, Sawant llamó a los trabajadores a no abandonar la planta y a dejar de construir “máquinas de guerra” (por los aviones militares) y producir transportes públicos, entre otras cosas.
A pesar de lo limitado del programa de la campaña de Sawant, que toma sólo algunas reivindicaciones elementales, su triunfo es alentador para mostrar, a pequeña escala, la potencialidad que podría tener una política desde la extrema izquierda, si planteara una alternativa obrera independiente de los Demócratas y apoyada en la lucha de los trabajadores.
Aún con las casi nulas posibilidades de presentar una candidatura a nivel nacional, todavía está por verse cómo se desarrollará este fenómeno y si existe la posibilidad de que ante la crisis del partido republicano, pero sobre todo el desgaste de Obama y la desilusión con los demócratas, pueda empezar a surguir una alternativa independiente al bipartidismo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Las obreras de Bangladesh y lo nuevo que emerge





Miles de trabajadores y trabajadoras textiles de Bangladesh volvieron a salir a las calles de la capital, Dhaka, para pedir por un salario mínimo de 100 dólares al mes.

Más de 30.000 textiles abandonaron las principales fábricas del centro y la periferia  de la capital tomando las calles y obligando a los empresarios a cerrar un centenar de grandes talleres, constituyéndose en una huelga de hecho. 

La policía trató de frenar el avance de las columnas obreras con gases lacrimógenos pero solo lograron enfurecer más a los manifestantes como en la ciudad de Ashulia (periferia de la capital) donde los trabajadores levantaron barricadas e incendiaron vehículos para frenar la represión de las fuerzas de seguridad.

Las nuevas protestas se dan a menos de dos meses de las masivas movilizaciones de fin de septiembre que paralizaron la industria textil durante una semana y obligaron al gobierno a llamar a un consejo del salario para acordar un aumento antes de fin de noviembre.

Bangladesh es el país con el salario mínimo más bajo del mundo (38 dólares) y frente a la demanda obrera de un aumento que lo lleve a 100 dólares mensuales los empresarios se negaron de plano a ofrecer un incremento que supere el 20% del valor actual, es decir no más de 45 dólares. El gobierno, que además de estar presionado por las movilizaciones se encuentra en un complejo escenario político cruzado por las elecciones generales de enero de 2014, ofreció desde el consejo del salario un aumento que permita elevar el mínimo a 67 dólares y se comprometió a fijar un nuevo valor para el 21 de noviembre exhortando a los trabajadores a abandonar las calles y volver al trabajo. Gobierno y empresarios se pusieron de acuerdo para intimidar a los trabajadores con la amenaza de cierre masivo de fábricas si estos mantienen su reclamo, en realidad no se trata más que de una extorsión para que los obreros textiles acepten la propuesta que termine fijando el gobierno, muy por debajo de su demanda.

La situación actual es de expectativa y si bien los trabajadores volvieron a las fábricas, nada indica que las manifestaciones espontaneas y violentas, que se incrementaron en el último período por el reclamo de un salario digno, vayan a terminar luego del anuncio gubernamental.

Las movilizaciones, huelgas y manifestaciones de los trabajadores textiles han ido creciendo en los últimos meses desde el derrumbe, en abril de este año, del edificio Rana Plaza donde funcionaban varios talleres textiles, que terminó con el saldo de 1135 muertos (80% mujeres). Este episodio dejó al desnudo las brutales condiciones de trabajo en la principal industria de Bangladesh, la textil, con la que recaudan millonarias ganancias las empresas multinacionales en base a condiciones de absoluta precariedad laboral y salarios miserables.


La esclavitud del siglo XXI


Más de cien años han pasado desde las heroicas luchas del movimiento obrero para conseguir la jornada de ocho horas de trabajo, pero en Bangladesh hoy esto sigue siendo una utopía. En pleno siglo XXI, Bangladesh junto a otros países de la región se han convertido en verdaderas “zonas francas” para el desarrollo de la esclavitud moderna.

Las gigantes empresas de la industria textil como Zara, Benetton, Nike, Adidas, Acsis, Reebok o las cadenas como Wal-Mart, Carrefour, H&M y El Corte Ingles  entre otras, se establecieron por medio de talleres tercerizados en países como Bangladesh, Camboya, Sri Lanka, Vietnam, Laos o la India donde obtienen ganancias extraordinarias.

El caso de Bangladesh es paradigmático porque se trata del segundo exportador mundial de ropa después de China. El bajo costo de la mano de obra y la inseguridad laboral (que permite que prácticamente cualquier estructura se convierta en un taller habilitado) hacen que este país sea el lugar más barato para producir grandes cantidades de ropa que tienen por destino principalmente a Europa (60%) y EEUU (23%).

Con una población de 155 millones de habitantes y una fuerza laboral (ocupada) de 56 millones, Bangladesh se convirtió en un imán para satisfacer la sed de ganancia de las empresas capitalistas. El gobierno le garantiza a los empresarios un salario diferenciado por rama de producción[1], que en la industria textil es el más bajo del mundo (ver cuadro). De esta forma durante la última década se establecieron en el país más de 5.000 fábricas textiles que emplean a más de 4 millones de trabajadores, el 80% mujeres.




Para que sea gráfica la relación que existe entre el salario mínimo y la ganancia de las empresas basta un ejemplo: una obrera textil en Bangladesh debería dedicar el 100% de casi tres meses de su salario mínimo para poder comprar un pantalón de jean de primera marca (que ella misma produce por miles) en alguna de las principales cadenas o centros comerciales de Europa o EE.UU[2].  
Como con el salario mínimo de 38 dólares es imposible vivir, las obreras textiles se ven obligadas a trabajar de hecho jornadas de 12 o 14 horas, haciendo horas extras, para poder llegar a un sueldo mensual de unos 100 dólares. Aún así, este valor estaría tres veces por debajo de lo que se podría considerar un “salario digno”[3].

Otro dato alarmante son las condiciones de absoluta inseguridad en la que se montan los talleres. La connivencia entre el gobierno, el ministerio de trabajo, los inspectores de seguridad y los empresarios es total como quedó demostrado con el derrumbe del edificio Rana Plaza, que logró repercusión internacional pero que no se trata del único sino que son una constante las noticias sobre incendios o derrumbes de fábricas o talleres donde mueren trabajadoras. También son comunes los testimonios de obreras que dicen denunciar las malas condiciones edilicias y laborales pero que ven como los inspectores del gobierno miran para otro lado a la hora de hacer las habilitaciones.

Esta relación tan estrecha entre política y negocios no es de extrañar, sobre todo cuando un 30% de los parlamentarios de Bangladesh son al mismo tiempo empresarios de grandes fábricas textiles.


Una nueva clase obrera que emerge

El desarrollo de la industria textil en Bangladesh fue meteórico. Las primeras fábricas se establecieron a principios de la década de 1980 y su crecimiento se disparó exponencialmente en las tres décadas siguientes. Este sector pasó de representar un 3% del PBI en 1991 al 13% en la actualidad. En 2012 las exportaciones de productos textiles llegaron a los 22.000 millones de dólares, lo que supone el 80% del total de las exportaciones del país.

A la par del crecimiento de esta nueva rama industrial se fue conformando una nueva clase obrera joven, migrante y mayoritariamente femenina. Para el año 2000 la industria textil tenía alrededor de 3000 fábricas y empleaba a 1,5 millones de trabajadores. En la actualidad hay unos 5000 establecimientos donde trabajan más de 4 millones de trabajadores de los cuales entre el 80% y el 90% son mujeres[4].  A su vez cerca de 2 millones de las trabajadoras textiles son mujeres provenientes de las áreas rurales que se desplazaron en las últimas décadas a las ciudades tras las promesas de empleo en la nueva industria[5].

Desde que se establecieron en el país la gran mayoría de las empresas prohibieron los sindicatos y la organización al interior de las fábricas, contando para esto con el visto bueno del ministerio de trabajo y el gobierno que les permitió todo tipo de atropellos contra las trabajadoras.
Las primeras huelgas importantes se realizaron en el año 2006 cuando se empezaron a formar algunas organizaciones de obreras textiles (por fuera de la ley) y le arrancaron al gobierno el primer aumento del salario mínimo que había permanecido congelado desde el año 1994[6].

Tras la lucha de 2006 el gobierno aumentó el salario mínimo a 21 dólares y luego lo volvió a ajustar con las huelgas de 2010 hasta los 38 dólares actuales.

Sin embargo fue en el último período que las huelgas y movilizaciones de los y las trabajadoras textiles pegaron un salto, se multiplicaron y tomaron protagonismo. El asesinato masivo de trabajadores que significó el derrumbe del edificio Rana Plaza fue tan brutal que no solo puso en evidencia las condiciones de trabajo de las contratistas de las grandes marcas de indumentaria a nivel internacional, sino que obligó al gobierno a emitir una ley que permite la creación de sindicatos en este sector sin el permiso de los dueños de las fábricas.

Esto envalentonó a los y las obreras textiles que vienen saliendo a las calles y enfrentándose con la policía para pelear por sus demandas.

La ausencia de una burocracia sindical centralizada o de sindicatos amarillos, que puedan tener el control sobre esta masa de 4 millones de trabajadores, le da a las acciones un carácter espontáneo y muchas veces violento que se sale de los márgenes de la “normalidad” a la que estaban acostumbrados el gobierno y los empresarios.

Se podría decir que esta nueva y joven clase obrera que empieza de muy atrás, y que viene de sufrir (y sigue sufriendo) condiciones brutales de explotación, es “hija” de las derrotas que sufrió el movimiento obrero a nivel mundial durante las últimas décadas de neoliberalismo y restauración burguesa en todo el mundo. La deslocalización, el outsourcing, la tercerización, los contratos basura y los bajos salarios son un sello de nacimiento para gran parte del proletariado de la región y fue a su vez el fantasma que la burguesía utilizó principalmente sobre los trabajadores de los países imperialistas para atacar sus conquistas.

Sin embargo esas mismas condiciones que constituyen su sello de nacimiento también vuelven a este nuevo movimiento obrero en potencialmente más insubordinado que sus pares de occidente al no contar sobre sus espaldas con una derrota significativa, más que sus propias (y brutales) condiciones de trabajo que son las que llevan a esta explosiva conflictividad. Si bien parten de un nivel de subjetividad muy bajo y luchan en muchos casos por condiciones elementales, no cargan con los prejuicios de una clase obrera que sufrió derrotas históricas.

La clase obrera de Bangladesh y sobre todo su sector más explotado, el textil, no se encuentra solo. Los últimos años, y sobre todo el que aún está en curso, vio un aumento exponencial de los conflictos obreros en toda la región. Tan solo hace una semana salían a la huelga en Indonesia y en estos días lo hacían las trabajadoras textiles de Camboya. El escenario se repite de una u otra forma en Vietnam, Laos, India y China.

Los próximos meses (y años) serán claves para saber los efectos que puede tener la acción de esta poderosa fracción de la clase obrera no solo en la región sino sobre la lucha de clases a nivel global.




[1] Las diferencias son sustanciales: los trabajadores del transporte y del comercio ganan el doble que los trabajadores textiles.
[2] Otro ejemplo: El salario de un mes equivale al precio una camiseta de manga larga (29 euros = 38 dólares) comprada por internet en El Corte Ingles (sin incluir gastos de envío).
[5] Según datos del Banco Mundial entre 1995 y 2005 el empleo rural había bajado del 63% al 48% mientras que el empleo en la industria y los servicios pasó del 37% al 52%.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Huelga obrera en Indonesia. Un gigante que se pone a tono





Desde el 28 de octubre y por el transcurso de una semana casi tres millones de trabajadores salieron a la huelga en Indonesia. La lucha por un aumento salarial del 50% fue el motor de las protestas que se hicieron efectivas en al menos 20 de las 34 provincias del país, especialmente en los centros industriales de Bekasi y Jakarta. El proletariado de Indonesia se volcó a las calles en forma masiva contra los brutales ritmos de trabajo y los bajos salarios sumándose así a los trabajadores y trabajadoras de otros países como Bangladesh, Camboya, Vietnam, India o China que de una u otra forma han comenzado a entrar en escena durante los últimos años.

A la demandas de aumento salarial se sumaron la del fin de las tercerizaciones, los contratos basura y mejoras en el sistema de seguridad social.

En la capital, Jakarta, los manifestantes pedían un salario mínimo de unos 330 dólares mensuales para hacer frente al alto costo de vida que registra esa ciudad (la más importante del país, donde viven más de 11 millones de personas) y a la inflación, que este año superará el 10%, lo que presiona directamente sobre los sueldos de los trabajadores. Esto se suma al aumento de los combustibles luego del recorte de los subsidios por parte del gobierno durante los últimos meses lo que aumentó aún más el costo de vida.  

El llamado a la huelga fue lanzado por la Confederación de Sindicatos de Trabajadores (KSPI) y secundado por la mayoría de las federaciones sindicales, con una importante presión desde las bases que veían desde hace meses cómo las mesa de negociación con el gobierno y las cámaras empresariales no estaban dando ningún resultado.

De hecho el gobierno junto a los empresarios han desplegado una fuerte campaña en contra del aumento del salario mínimo bajo el argumento de que podría dañar la economía del país,  agitando el fantasma de una potencial fuga de inversiones extranjeras (y de empresas que deslocalizaron su producción instalándose en el país durante las últimas décadas), para intentar lograr una polarización social y una base de apoyo en contra de las demandas obreras. En realidad no están dispuestos a ceder un solo centavo de sus multimillonarias ganancias que están apoyadas en un esquema de alto crecimiento económico (6% en los últimos años) en base a una extensiva mano de obra precarizada y con bajos salarios.

El gobierno de Susilo Bambang Yudhoyono dejó en claro que de haber un aumento del salario mínimo este no podría superar en más del 5 o 10% a la inflación. Es decir, como mucho y ante la presión de los trabajadores en las calles podrían llegar a ceder un aumento del 20%, contra el 50% que pedían los sindicatos.

Días de Huelga

La huelga cobró fuerza en los días previos con activistas y militantes sindicales que visitaron cientos de fábricas y en la mañana del mismo 28 de octubre realizando piquetes de convencimiento y propagandizando las consignas de la huelga.

Las zonas industriales de la periferia de Jakarta se convirtieron en un verdadero hervidero con miles de trabajadores abandonado las fábricas y sumándose a la jornada de lucha. La policía intentó sin éxito amedrentar a las obreras de las fábricas textiles que eludieron los cordones policiales y se sumaron a las marchas. El 31 de octubre la zona industrial donde se concentran las principales empresas textiles y donde la mayoría de las trabajadoras son mujeres unas 50.000 obreras salieron a las calles y se sumaron a la huelga.

La paralización también afectó las zonas industriales de las principales ciudades del país y la represión no tardó en llegar. Por medio de bandas de matones, policías y el ejército, el gobierno persiguió e hirió a decenas de manifestantes. Sin embargo no solo no pudo frenar la huelga sino que logró que más trabajadores y también estudiantes se plegaran a las medidas en repudio a la represión.

Las marchas culminaron el 1ro de noviembre con una importante movilización frente a las oficinas el gobernador de Jakarta, Joko Widodo, que tiene un perfil político populista y que durante la huelga por aumentos de salario de 2012 se había pronunciado a favor, otorgando incrementos en torno al 40% para la capital del país. Sin embargo este año Widodo se alineó con el gobierno nacional y los empresarios, anunciando un aumento de solo el 11% para Jakarta. Los trabajadores irrumpieron en la reunión del consejo del salario mínimo, dejando al desnudo que su perfil populista no es más que una fachada demagógica.  

Poniéndose a tono

El malestar entre los trabajadores ante la negativa a un incremento sustancial de los salarios ya llevó a algunas de las federaciones sindicales a anunciar nuevas acciones y medidas de lucha durante el mes de noviembre, aunque algunos sindicatos prefirieron iniciar un reclamo por la vía judicial.

Esta importante huelga obrera se llevó adelante en circunstancias difíciles porque a pesar de contar con una gran simpatía entre grandes franjas de los trabajadores tuvo que soportar el brutal ataque del gobierno, los empresarios y los grandes medios de comunicación. Si bien la propaganda contra los trabajadores y contra la huelga, logró polarizar a la opinión pública y evitar que la paralización fuera total en el conjunto de las ramas de la producción, el paro se hizo sentir en los principales centros industriales y entre la industria manufacturera de exportación.

Más allá del resultado inmediato de la lucha y de cómo se desarrolle en las próximas semanas, la clave de estas jornadas de huelga en Indonesia es que un proletariado que cuenta con millones de trabajadores (en el cuarto país más poblado del mundo) empieza a levantar cabeza y a ponerse a tono con las luchas de los obreros y obreras de otros países de la región como Bangladesh, Camboya e India o con las “explosiones” y conflictividad obrera creciente al interior del gigante chino.

Seguramente tendrá que recorrer un dificultoso camino, pero el mundo ya está viendo como un nuevo proletariado que representa una parte importante de la clase obrera mundial, que trabaja en condiciones de super explotación, que es mayoritariamente joven, en gran parte femenino y que en su mayoría se encuentra por fuera de la influencia de viejas direcciones sindicales propatronales, está empezando a hacer un gran ejercicio en el terreno de la lucha de clases.